"Todo fluye" es el testamento literario-político de Vasili Grossman, el autor de esa maravillosa sinfonía épica, regalo de madre, llamada "Vida y destino". Y hay narraciones que duelen, cuando sensibilidad y atención dejan paso limpio a la atrocidad. ¿Habéis oído hablar del Holodomor? La hambruna que asoló, especialmente pero no sólo, la República Socialista Soviética de Ucrania en 1932 y 1933. En una confesión de alcoba, Anna Sergueyévna le cuenta a Iván Grigórievich su vivencia durante esta enorme masacre por inanición, en el aciago proceso de colectivización forzosa de la tierra. ¿Un acto cruel planificado por el poder soviético dirigido por Iósif Stalin? ¿Una fría exigencia histórica del proceso de construcción de la patria socialista? ¿Una desastrosa consecuencia del sabotaje de los kulaks opuestos a la creación de koljoses? ¿Un efecto de la catastrófica sequía que arrasó el granero de Europa? La ingente cifra de víctimas mortales hace absurda, si no deshonesta, la competición numérica. ¿Un millón y medio de muertos por desnutrición? ¿Cinco millones? ¿Siete millones? ¿Diez millones? Quien quiera que se afane por acrecentar o menguar la montaña de cadáveres. Raquítica y truculenta carnaza. Se atribuye a Stalin esta sempiterna, espantosa y árida verdad: "Una única muerte es una tragedia, un millón de muertes es una estadística".
"No tienes ganas de recordarlo, es tan duro, pero al mismo tiempo no consigues olvidar. Es algo vivo que ahora se despierta, ahora se duerme. Es como un trozo de proyectil alojado en el corazón. No puedes desembarazarte de él. Cómo olvidar... Yo era una mujer adulta."
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