miércoles, 16 de enero de 2019

Ossama Mohamed y Wiam Simav Bedirxan, "Agua Plateada. Autorretrato de Siria" [2014]

'¿Qué es la belleza?', se pregunta Mohamed mientras los espectadores contemplamos un rostro macabramente desfigurado por la metralla de un proyectil, 'buscamos la belleza del sol del día y encontramos las cloacas oscuras de la realidad', confiesa Simav llorando entre los cadáveres putrefactos de las ruinas de Homs, '¿qué placer encuentran los torturadores en filmar sus obscenas crueldades?', cuestiona desarmado el profesor que presenta la película, '¿cómo vivimos y cómo podríamos vivir?' parece interpelar la bella solemne música. Y un aura de impotencia pusilánime, una silenciosa inútil perplejidad, flota en la sala de cine al terminar el documental. ¿Tiene sentido establecer el itinerario de influencias cinematográficas?, quizá si quieren escuchar la calidez de una voz bípeda o la vanidad de un figurante de circo. La fuerza poética es terrible. Y con la mirada desgarrada, arrojada al suelo, deseas que el pequeño y curioso Omar, 'una luz en las tinieblas', porte la amorosa nueva vida de Siria: ambiciosa exigencia.


"'¡Salid, salid!' La voz de Yeddo sonaba a rugido ronco, a decisión desesperada, adoptada más por la necesidad de responder como un líder ante su equipo que por sentido común. Miré a mi alrededor en busca de una salida segura, pero el bombardeo que se abatía sobre el barrio desde hacía días no conocía excepciones temporales ni geográficas. Mentalmente, me pregunté: 'Salir... ¿adónde?'. Todo estaba sometido a la artillería pesada de Bashar al Asad, y todos estábamos expuestos a la metralla de la misma y democrática forma: pobres y ricos, mujeres y hombres, ancianos y niños, sirios y extranjeros. Sublevados y leales."

(Javier Espinosa y Mónica G. Prieto, "Siria, el país de las almas rotas. De la revolución al califato de ISIS", 2016.)

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