martes, 22 de enero de 2019

Ramón J. Sender, "Siete domingos rojos" [1932]

"Es lunes [...]. En estas callejuelas también se observa el paro porque los pequeños industriales han cerrado o tienen la puerta entornada. La soledad y el silencio les da un aspecto sombrío. Domingo rojo, domingo verdadero. No como aquellos domingos para mí solo -cuando estaba sin trabajo- que me aflojaban las ideas ni como los domingos en los que los ricos no descansan porque no han trabajado y nosotros no podemos descansar sino mecánicamente, porque el afán de lucha sigue siempre encendido. No son los domingos individuales, negros, del hambre vergonzante, ni los blancos de las campanas y los trajes de fiesta, sino los auténticos domingos rojos, los nuestros. Domingos sin taxis, sin tranvías, sin burócratas indecisos en los paseos. Domingos en los que la calle y el aire libre son una delicia y vamos a conquistarlos a tiros, a robárselos a los guardias de charol, a la triste policía mal dormida.”

La primera versión de esta mítica novela se remonta al año 1932. Se publicó por primera vez en Barcelona, y desde entonces, varias revisiones realizó el propio Sender. Este es un ejemplar que se publicó en Buenos Aires por la Editorial Proyección en el año 1976, quinta edición, que recoge el manuscrito ampliado que Sender fijó en la ciudad porteña en 1973. Siete Domingos Rojos narra el desarrollo de una huelga general convocada por los anarcosindicalistas madrileños como protesta por la muerte de tres de sus compañeros en un altercado con la policía durante un mitin. En el transcurso de los siete días de la semana, los siete domingos rojos, los disturbios, los sabotajes y la represión recorren la capital ibérica. Amor, revolución, camaradería, traición y conflicto, se despliegan en esta trama sustentada por unos personajes agitados, caóticos, tensos, vivos (Star, Samar, Villacampa, Fau, Emilia, etc. ). Una novela que manifiesta cómo, aun derribada la Monarquía y proclamada la Segunda República, las fuerzas revolucionarias españolas continuaron laborando obstinadas, tenaces, incoercibles, por el cambio social, con la generosa ingenuidad anarquista como perspectiva a construir.


"Si alguien finalmente me pidiera que concretara mi posición personal ante el anarcosindicalismo como tal hecho político, yo volvería a lo de antes y exhibiría mi fórmula. Una fórmula apolítica: los seres demasiado ricos de humanidad sueñan con la libertad, el bien, la justicia, dándoles un alcance sentimental e individualista. Con ese bagaje un individuo puede aspirar al respeto y a la lealtad de sus parientes y amigos, pero siempre que se quiera encarar con lo social y general se aniquilará en una rebeldía heroica y estéril. No puede un hombre acercarse a los demás dando el máximo y exigiendo el máximo también. Las sociedades se forman no acumulando las virtudes individuales, sino administrando los defectos con un sistema que limita el área de expansión de cada cual. Claro que el sistema es uno con el feudalismo, otro con el capitalismo, otro distinto con el comunismo. Los anarcosindicalistas pudieron crearse el suyo propio y mientras no lo tengan seguirán aspirando a una curiosa sociedad donde todos los hombres sean, en el desinterés, San Francisco de Asís; en el arrojo, Espartacos; en el talento Newtons y Hegels. Detrás de esto hay una realidad humana verdaderamente generosa. A veces -repitámoslo con entusiasmo-, sublime. Ya es bastante haber."

(Ramón J. Sender, prólogo a "Siete Domingos Rojos", 1932.)

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