Capitán Swing editó hace un tiempo la biografía de Roxane Gay titulada "Hambre. Memorias de mi cuerpo", un texto escrito excelentemente que, desde la violación múltiple sufrida por la autora a los doce años, transita sus dos décadas de obesidad mórbida, cruel denominación médica para la gente gorda. La belleza, la inteligencia certera, una admirable voluntad siempre renovada y siempre fracasada, se mezclan con una honestidad descarnada: el autodesprecio viciado, la ofensa cotidiana, el resentimiento y la vergüenza. La cirugía gástrica, la agobiante relación con unos padres que de amor abrasan, los ofensivos programas de telerrealidad para perder peso, las sesiones de gimnasio, la industria del adelgazamiento, la curva pornográfica. ¿En qué momento, el generalizado malestar con las que consideramos imperfecciones de nuestros cuerpos, se torna en despectiva contemplación de las imperfecciones de los cuerpos ajenos? Es un libro que conmueve intensamente.
"Soy hiperconsciente de todo el espacio que ocupo. Como mujer, y como mujer gorda, se supone que no debo ocupar espacio. Y, sin embargo, como feminista se me anima a creer que puedo ocupar espacio. Habito un espacio contradictorio: debería tratar de ocuparlo, pero no demasiado, y no de la forma equivocada, siendo esta cualquiera que concierna a mi cuerpo. Cuando estoy cerca de otras personas, intento plegarme sobre mí misma para que mi cuerpo no perturbe el espacio de los demás. Llevo esta situación al extremo. Puedo pasarme las cinco horas de un vuelo pegada a la ventana y con el brazo metido bajo el cinturón de seguridad, como si tratara de crear ausencia donde lo que hay es una presencia excesiva. Camino por el borde de las aceras. En los edificios, abrazo la pared. Trato de andar lo más rápido posible cuando siento que hay alguien detrás para no entorpecerle el paso, como si tuviera menos derecho a estar en el mundo que cualquier otra persona."
(Roxane Gay, "Hambre. Memorias de mi cuerpo", 2017.)
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