"Soy de interior, nunca he tenido nada que ver con lo marítimo. No sé pilotar una embarcación ni bucear. Sé nadar, pero no en océanos terroríficos. Y, sin embargo, estando aquí entre tanto ruido y laboriosidad, alzando la vista a estos sesenta metros –más alto que las cataratas del Niágara– hasta la cima del Kendal, siento el vértigo de un niño la mañana de Navidad. Gran parte de ello es mera prisa por escapar, razones personales; otra gran parte es la atracción del mar y, por último, la conciencia de ir a embarcarme hacia un lugar y un espacio que a menudo está oculto y es tabú. No está permitida la entrada de público en un barco como este, ni siquiera en el muelle. No hay ciudadanos corrientes que puedan dar cuenta del funcionamiento de una de las industrias más esenciales para su existencia diaria. Estos buques y contenedores pertenecen a un negocio que nos alimenta, nos viste, nos da calor y nos provee. Han aprovisionado de combustible, si es que no directamente creado la globalización. Son la razón oculta de tu camiseta barata o tu televisor económico. ¿Pero quién mira en estos días detrás del televisor y ve el barco que lo transportó? ¿Quién se preocupa de los hombres que condujeron los cereales del desayuno a través de las tormentas invernales? Qué irónico comprobar que cuanto más han crecido los barcos en tamaño y trascendencia, menos espacio han llegado a ocupar en nuestra imaginación."
(Rose George, "Noventa por ciento de todo: la industria invisible que te viste, te llena el depósito de gasolina y pone comida en tu plato", 2013)
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